No es el disco de un instrumentista que le saca brillo a su virtuosismo, ni es el disco de un instrumento solo; para Carlé Costa sus composiciones son fragmentos de un todo, momentos de su vida que están hechos de más sonido que silencio. Es difícil decir que su música esté escrita (si bien la escribe, y de hecho se publica en libros de partituras), tampoco se puede decir que sea todo improvisación. Suena como si pusiera su imaginación en música. Tras una larga trayectoria como intérprete y compositor, da la sensación de que ya no tiene prejuicios para elaborar los materiales, sean sencillos o complejos, y tanto puede “distraerse” con las tres notas de un acorde durante un rato largo, como adentrarse en el ritmo de un huayno o proponer melodías muy cantables. Algunos asociarán ciertos pasajes con los llamados compositores minimalistas. Pero Carlé Costa huye de toda clasificación sencilla, utiliza los recursos que más le convienen con mucha personalidad y sin quedarse en ningún género en particular, ni estilo general. Hay una obra extensa, compuesta por pequeños fragmentos, Inipi, al comienzo, y luego piezas de diferente duración. Dos de ellas, Saga y Corales, son suites, o conjuntos de músicas asociadas por un concepto, un clima o cuestiones formales. Carlé utiliza, aparte de las seis cuerdas, la caja de su guitarra como instrumento de percusión, y otros recursos de la música contemporánea (en algunas composiciones, trabaja mucho con los armónicos audibles que se generan al apoyar suavemente la mano izquierda sobre las cuerdas). Una de las sensaciones que da la escucha de Guitarra elemental es que quien toca tiene todo el tiempo el control sobre el instrumento. Esto parece obvio, pero en un instrumento tan “desnudo” como este, muchas veces el que escucha tiene la sensación de que el sonido se puede romper en cualquier momento. Por eso destacamos el particular dominio que ejerce sobre el sonido de su guitarra este músico. Merece un párrafo especial el ámbito en el que se grabó el disco. Para los socios del Club de la primera hora (y memoriosos), se trata del mismo lugar en el que se grabaron discos como La segunda de Será Una Noche, primer Disco del Mes, o Mbira y pampa, de Santiago Vázquez, justamente quien estuvo a cargo de la grabación del disco de Carlé. La acústica de la pequeña iglesia del monasterio de San José de Gándara (Chascomús, Provincia de Buenos Aires) es realmente maravillosa. Pero, más allá de sus singulares cualidades en lo técnico, la tranquilidad del entorno garantiza un estado espiritual de paz, ideal para grabar. Justamente, lo que suele faltar muchas veces en los estudios profesionales. Las tomas se hicieron con un par de micrófonos omnidireccionales, de tal forma que lo que se escucha en el disco es exactamente igual a lo que escucharía una persona ubicada frente al guitarrista en aquel momento. No se hicieron sobregrabaciones, sino que simplemente se eligieron las mejores tocadas de las dos sesiones. Un disco que, como una joya, estuvo dos años guardado esperando su edición, que recibirán primero que nadie los socios del Club del Disco. Se recomienda escucharlo en un ambiente tranquilo (los que puedan prescindir de oírlo en el auto, sigan este consejo), sin interferencias y a buen volumen. Entregarse a la música y dejarse llevar…
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