No es sencillo, desde el bandoneón, emerger por sobre las enormes influencias de Ástor Piazzolla, Aníbal Troilo o Dino Saluzzi. Eso es lo primero que hay que destacar de Federico Siksnys: su música no es deudora de ninguno de los monstruos sagrados del instrumento. El propio bandoneonista está más ocupado en su rol de compositor/orquestador/director que en su lucimiento personal. Es música argentina, contiene elementos de tango y de milonga, pero también hay pasajes de cumbia, de pasodoble, de samba. Mucha libertad, tanta que se hace difícil etiquetar este disco y ponerlo dentro de una batea. Bien puesto el nombre del disco (a la sazón, el segundo con la misma formación y mismo nombre).
Parte de la rareza de este material tiene que ver con la orquestación: instrumentos de diferentes tradiciones se reúnen. Sin embargo, la suma de bandoneón, piano, violonchelo, clarinete, trompeta, violín, tiene un antecedente muy preciso: las orquestas que, ya en el final de la era del cine mudo, acompañaban las proyecciones. Con algo de típica y algo de banda de circo, esa combinación de timbres nos lleva hacia un lugar onírico, cinematográfico; muy visual, en definitiva.
Con paisajes brasileños, con alternancia de temas rítmicos con otros más líricos, Siksnys nos pasea por diferentes estados de ánimo. Hay un acercamiento lúdico que muchas veces se percibe en las variaciones rítmicas. Acentos que se corren, compases que adicionan un valor, sin contar aceleraciones y frenadas bruscas (como en Delvi diver, track 3) o rubatos que se escuchan eventualmente.
El foco está puesto en la música, y es una suerte, porque sobra buen gusto e imaginación. No es necesario estudiar ningún manual para disfrutar de este disco, plenamente accesible a la primera escucha. Suerte de resumen de tradiciones diversas, este segundo volumen ya nos hace ilusionar con la llegada del tercero.
Club del Disco
Comentarios