Viendo la formación del grupo de Ramiro Flores, ya intuimos que algo "raro" pasa: acompañando a Ramiro Flores, que toca saxo alto y por momentos el piano, tenemos guitarra elécrtrica, bajo, batería y... batería. Sí, es un quinteto con dos bateristas. Tomás Sainz y Pablo González golpean los parches, y es como lo vienen haciendo en vivo, este no es un proyecto experimental.
El Jardín de Ordóñez es lo que en el siglo XIX se llamaba música programática. Es decir, sigue una idea previa extramusical, un programa literario. En este caso, hay un personaje, Ordóñez, cuyas vicisitudes son retratadas musicalmente por Flores. Esto no queda sólo en los títulos de las piezas, todas instrumentales, sino que pronto se podrán ver videoclips rodados con actores y decorados, que cuentan una historia. Por ahora, tomando los títulos podemos imaginar algo, pero pronto podremos ver al mismísimo Ordóñez. Por lo tanto, es un disco que es parte de un proyecto artístico, no se agota en sí mismo.
La duración de los temas varía: hay una introducción decidida y veloz, y luego sobreviene un tema largo que constituye en sí mismo una suerte de suite, Ordóñez sale - El estanque y sus peces (track 2). Las texturas rítmicas y armónicas varían mucho de tema a tema e inclusive dentro de los que son más largos. Una gran imaginación le permite a Flores ir jugando con las bases y melodías, para ir transformando los climas. Por su carácter descriptivo hay algo de cinematográfico en la música de este disco, pero es interesante marcar que la música también le pide ir cambiando. Así, pasamos por momentos reggae, por bases funky y por furiosos 4/4 derechos, bien rockeros, hasta llegar a climas lentos y sin una marcación clara, bien volados.
Ramiro Flores entrega en este su tercer disco (y segundo Disco del Mes, luego de Son dos) un nuevo mundo. Mutando de disco a disco, pero siempre dejando su sello original, este multiinstrumentista va construyendo con ladrillos muy sólidos un precioso palacio de música generosa y profunda.
Club del Disco
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