Rubí es un viaje al corazón de Loli Molina: luminoso y feliz por momentos, más sutil y reflexivo en otros. Entrega nueve canciones nuevas y un cover de L. A. Spinetta bien difícil y que aborda con respeto por el tema original (Ludmila). El color de su voz sorprende por lo inusual desde el comiezo del disco con Los días. Enseguida sobreviene una de las más bellas canciones, En la noche (track 2) y a partir de allí sigue alternando temas acústicos con otros con banda.
Ella sola con la guitarra o un mínimo acompañamiento se vale muy bien. Su voz convoca inmediatamente, pide la atención del oyente, ya que es muy expresiva, afinada y articula con mucha claridad las palabras. Todo está bien dicho. Y cuando aparece el grupo es difícil no maravillarse con la sutileza de los arreglos y lo bien que tocan los músicos.
Hernán Jacinto manipula el Moog y el Rhodes, teclados que le dan un color setentista al grupo, mientras que Pablo Bendov aporta la modernidad desde la batería, con programaciones que traen el disco más para esta época. Finalmente, los vientos de Ramiro Flores (que además escribió los arreglos de vientos), Juan Canosa y Sergio Wagner trabajando siempre en un segundo plano, le dan ese color grave que tan bien contrasta con la voz y la guitarra de la autora.
Más allá de lo bien que toca la guitarra y canta, y más allá de que eligió y esculpió las canciones de este disco con maestría, lo que destaca es la unidad en el discurso de este trabajo, mérito de la producción artística que compartió con Nacho de la Riega.
Escuchar Rubí es asistir a un paso más en el crecimiento de una artista cada vez más completa.
Club del Disco
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