Juana combina en Son ciertos elementos con los que venía trabajando en Segundo y Tres Cosas, y va mas allá. Es quizás su disco más extremo y homogéneo. Alejada del vértigo y la sobredosis informativa de la ciudad, se instala en un universo que parte de lo cotidiano y cobra peso ideológico, desde la búsqueda de las cosas que realmente “Son”.
El mundo de Son no es complaciente ni velado, sino directo y explícito. Sus letras –absolutamente originales- expresan situaciones y conceptos con claridad, hablan de lo cotidiano, de movimientos sutiles, de agua-tierra-aire, y de pequeñas cosas de la vida hogareña.
Las melodías son despojadas, entre el mantra y la canción. Los timbres, que se mantienen a lo largo de todo el disco, han sido elegidos cuidadosamente: voces, guitarras acústicas, algunos recurrentes sonidos de teclados y un entramado de voces y guitarras que sirven como elementos percusivos.
Hay en “Son” un constante juego entre lo dulce y lo hiriente. Si bien las melodías se instalan en lo modal*, su extensión y desarrollo las hace poco aprehensibles en una primera escucha.
Curiosamente, una escucha del disco en segundo plano parece revelar un aspecto escondido: aparece como un contínuo sonoro, que ocupa plenamente el espacio.
Juana explica que el tiempo de las cosas es importante, y que las repeticiones no son antojadizas. Su propuesta tiene que ver con la insistencia, con el mantener una idea (conceptual, estética en este caso), de forma militante.
La forma de presentar la voz es seca, sin cámara. Las vocalizaciones de Juana son de emisión “lisa”, sin vibrato ni impostaciones y redondean una propuesta orgánica, que toma elementos de la naturaleza como fuente de inspiración.
Esta obsesión por observar el entorno tiene mucho que ver con la convivencia en Son de elementos suaves, amigables, con otros de carácter más oscuro u opresivo.
En este mundo sonoro no faltan disonancias -sonidos en la melodía que contradicen lo que se expone en la armonía-, una construcción de los temas en forma de mantras –exposición melódica propia de la música de la India-, alusiones a un mundo infantil (invisiblemente opresivo), arpeggios de guitarra que sostienen la estructura de los temas, y sonidos electrónicos, más bien ornamentales, que conviven con las guitarras acústicas y se sitúan, en general, en un segundo plano.
La voz de Juana –de afinación perfecta y emisión homogénea- se desdobla en un entramado de múltiples voces por obra de las sobregrabaciones y genera líneas que parecen ignorarse entre sí, transformando aquella insistencia de las repeticiones en exposición de cantos simultáneos.
El “casamiento” entre letra y música es total, y esto es acentuado por la forma de cantar de Juana, derivada evidentemente del hablar cotidiano.
“Son” demanda una escucha atenta, paciente, reiterada. Pide que nuestro paladar se habitúe a un sabor novedoso y particular.
Una vez que el oyente ha avanzando en su “tiempo de maduración”, la obra se despliega como una flor… de una especie hasta entonces desconocida.
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