En 1974 se editó este disco que reunía diez canciones que eran nuevas entonces y que encontraban en su mejor momento a las dos duplas que armó a fines de los años ´60 Astor Piazzolla: la autoral, con el poeta Horacio Ferrer, y la interpretativa, con la cantante Amelita Baltar.
Grabado en Italia con una orquesta, para la reedición en CD se agregaron dos bonus tracks del año 1969 (incluyendo una primorosa versión de Chiquilín de Bachín) en los que también toca el Quinteto histórico de esos años, con Dante Amicarelli en piano, Antonio Agri en violín, Oscar López Ruiz en guitarra y Kicho Díaz en contrabajo.
El disco arranca fuerte con Preludio para el año 3001, que funciona como antítesis de la más conocida Balada para mi muerte que acertadamente la sigue en la sucesión de canciones. En su futurismo, el Preludio... incluye sonidos completamente alejados de la tonalidad, experimentales. El track 3 es la invencible Balada para un loco, que fuera estrenada nada menos que por Baltar en 1969. La seguidilla de tangos modernos, tanto por su letrística como por la concepción de compositor y orquestador de Piazzolla, sorprende porque la calidad no baja en ningún momento.
Sin dudas, Piazzolla y Ferrer encontraron en Baltar la voz para sus nuevos tangos. Suerte de alter ego del dúo autoral, no sólo posee una cuidada técnica sino que es expresiva y clarísima en la dicción. Mucho más que una cantante de tango, Amelita Baltar parece reunir en sí, al mismo tiempo a la actriz, a la diva, a la medium. Da la sensación, al escuchar, por ejemplo, Ciudades, Violetas populares o Los paraguas de Buenos Aires, canciones que prácticamente no se escucharon, de que no hay otra voz posible para estos tangos que la suya.
La orquesta tiene sus partes tan bien escritas que son muy pocos los momentos en que se nota la “edad” de este disco, y aún cuando ocurre (ejemplo La primera palabra) no produce mal gusto, después de todo. Uno se pregunta por qué tantas de estas maravillosas obras no aparecen en los repertorios de los cantantes actuales, que parecen ensañarse con dos o tres piezas obviamente valiosas (como Chiquilín de Bachín, cuya poética urbana resonaba ya en dos himnos del rock como Plegaria para un niño dormido, de Almendra, y 11 y 6, de Fito Páez).
El librito que acompaña la edición tiene un relato bien escrito de las circunstancias de esos años de Piazzolla, su relación de exclusividad con Ferrer (tenían un contrato por el cual uno no podía ponerle música a otro poeta y el otro no podía prestar sus letras a otro compositor) y un breve análisis de la poética de los dos creadores.
Una obra imperecedera, para redescubrir y atesorar.
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