Las fronteras de esa música instrumental -a veces- llamada jazz, por economizar vocablos, son cada vez más anchas. Entran dentro de esa definición, que ya no demarca un género sino una impronta, un modo de interpretar la música y cierta afinidad por la improvisación, cantidad de propuestas que décadas atrás hubieran sido impensables. Ya hace cincuenta años (o un poco más), algunos músicos destacados de jazz de los Estados Unidos habían empezado a pensar una “vuelta a África”, pero encarando la idea más desde la percusión: los tambores y cierto tribalismo a gusto con la época (fines de los '50 y toda la década del '60). Los ejemplos sobran. A su vez, la Argentina en los últimos diez años vio surgir un fuerte movimiento en torno a la mbira, ese precioso instrumento de la cultura shona que ya diera más de un disco local (como el adelantado Santiago Vázquez con Mbira y Pampa). Hoy hay toda una escuela alrededor de estos instrumentos, y de hecho el Disco del Mes que estamos presentando ahora mismo tiene que ver con esta música y este instrumento también. Este cuarteto de nombre difícil de recordar (son los cuatro apellidos de sus integrantes) usa en principio temas tradicionales de la cultura shona como separadores entre temas si se quiere más “occidentales”, pero luego de una o dos escuchas atentas podemos percibir la benéfica influencia de la música de esta etnia en los temas que sí tienen autoría de los miembros del grupo.
Hay, entre otras rarezas, un tema que es una improvisación reggae, Deriva, (track 7); hay mucha libertad y cierta economía de recursos que hacen de esta propuesta algo diferente. Los músicos parecen concentrados en encontrar pequeñas verdades rítmicas, melódicas o armónicas, más que en pelar. Son mayoría las tonalidades mayores y los temas tienen pocos acordes y por ende, escasas progresiones y cadencias. Abundan las bases hipnóticas. Y algo que parece derivado de la música shona es que cuando ya no hay más para decir, los temas concluyen. Así, anomalía total (en un supuesto disco “de jazz”) es que solo un tema supera los cuatro minutos de duración.
Un bellísimo trabajo cuyo nombre es perfecta descripción de lo que entrega. Grabado, mezclado y masterizado al más alto nivel y que constituye otra gema en ese paraíso cada vez menos secreto que es el sello rosarino de Horacio Vargas.
Producido por Suárez, Socolsky, Heinrichsdorff y Dawidowicz
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