Una obra conceptual, poética y profunda, el primer disco de La máquina cinemática usa la música instrumental para decir tantas cosas, que no alcanzarían las palabras. Pero hay que comenzar a explicar este fabuloso trabajo de Exequiel Mantega desde la orquestación. La impronta que tiene el comienzo del disco sobre la escucha total (son los dos primeros tracks, en definitiva, algo más de nueve minutos de música) es tal, que pese a que luego lo que más abunda es la formación de cuarteto o quinteto, ya nos queda la imagen sonora del gran grupo de instrumentos. Y esto tiene que ver con la forma de escribir de Mantega, que aúna gestos de la música popular derivada del jazz, o del rock también, con el tango y con el lenguaje sinfónico más académico; en fin, se nutre de una paleta variopinta de colores que están siempre en progresión, en movimiento. Bien puesto, entonces, el nombre del grupo, La Máquina Cinemática. Cuenta, para llevar a cabo la música que soñó, con un personal excepcional: Ramiro Gallo en violín, Gustavo Hunt en clarinete y Martín Pantyrer en clarinete bajo, por nombrar sólo a tres.
Música escrita, es cierto, y ejecutada con fidelidad y emoción, se nota, lo que acerca esto a la llamada música clásica (o de tradición escrita, digamos). Pero por las características del disco y por cómo se hilvanan las piezas, el ritmo interno que se genera en la obra, se la siente más cercana al lenguaje cinematográfico que a la sala de conciertos.
Como si fuera una película sin imágenes, sólo sonido. Cine para ciegos. Esto por supuesto, está sugerido desde el nombre, Música para pantallas vacías, que le calza como un guante. Pero es la percepción que genera la sucesión de música. De hecho, el que escucha seguramente no se detendrá a ver cómo se llama cada tema: no tiene mayor importancia. La obra se escucha como una totalidad a la que es muy difícil extirpar un fragmento. No resiste: hay que escucharlo siempre entero, lo contrario sería como ver un día una escena suelta de una película... Recomendamos entonces oírlo más de una vez, con todos los sentidos abiertos, y en las mejores condiciones de audio posible, para obtener el disfrute de la experiencia completa. Muy bien grabado, sobrio y elegante el diseño, el centro de esta obra es la música que transcurre cuando se hace sonar el disco en alguna máquina de la casa. Habría que agregar que es muy ameno para la escucha. Para quienes no conocían el enorme talento de este músico será un gran descubrimiento, un hallazgo feliz para cerrar este año. Para quienes ya seguían su trayectoria con el dúo Fain-Mantega, simplemente una confirmación.
Mucha música bella y accesible, que sin eludir lo erudito se vuelve disfrutable para todos los oídos en cualquier momento.
Producido por Exequiel Mantega
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