Contrabajista muy requerido durante años, participante de muchos discos (varios que los socios del Club del Disco conocen muy bien) y líder de sus propios proyectos en el vasto campo del jazz argentino, hace unos años que la gente que sigue esta escena no tenía noticias de Carlos Álvarez. La lista de músicos con los que tocó es extensa, pero incluye por ejemplo a Jorge Navarro, Ligia Piro, Diego Schissi, Juan Cruz de Urquiza, Richard Nant y Alan Plachta, pero también a Alex Acuña, James Moody y Jon Seiger, sólo por nombrar algunos pocos. Por lo que su silencio no pasó desapercibido.
Lo que ocurrió fue que el instrumentista sintió que ya no quería más ser contrabajista y la única manera de cambiar era parar, dejar de tocar el que fue su instrumento por tanto tiempo. Recluido en una localidad rural no muy alejada de Buenos Aires, se concentró en la poesía, que siempre había cultivado, en el dibujo, y en el surgimiento de una nueva voz como compositior. Así le fue dando forma a esta obra que se llama Girasol que mira adentro, que consta de ocho canciones y nueve poesías que las envuelven. Su grabación, hace un año, y su edición ahora, coinciden con las cuatro décadas de vida del artista.
Toda la música, toda la poesía y los dibujos que adornan la gráfica del disco son obra de Carlos Álvarez. Es notable que predomina en la instrumentación del cuarteto que pergeñó el color oscuro de cello y viola. Junto con el piano conforman un pequeño trío de cámara que se completa con el bombo legüero, en una formación que tiene algo de folklore argentino, algo de música académica europea y también algo de jazz. Pero, básicamente, son canciones. Canciones suburbanas, de ese lugar impreciso donde terminó hace rato la gran ciudad y está comenzando el campo. Álvarez utiliza todos los lenguajes que conoce para generar un idioma nuevo.
La rítmica hace pie en la vidala, la baguala, la zamba, pero tanto desde el punto de vista melódico como armónico la relación con el folklore es mucho más compleja. Difícilmente podría escucharse esta música en los escenarios festivaleros de Cosquín o Jesús María. Las canciones tienen muchos puntos de contacto entre sí. Se trata más de una obra entretejida que de un conjunto de canciones recolectadas: todo está impregnado de una gran coherencia.
Conviene escuchar este álbum como un todo, pero Manifiesto (2) es la apertura musical y nos conmueve a la primera escucha. Parece ser la matriz del resto de la obra. La segunda canción, No es tu mensaje inconcluso (4), dedicada a Francisco Salgado, trombonista cuya vida se truncó tan joven, es otro sacudón emocional. Todo el álbum transcurre con una emocionalidad a flor de piel. De a poco empiezan a espaciarse las palabras, el canto, y son los instrumentos del cuarteto los que toman la posta. En treinta y cinco minutos se explaya Álvarez, y terminamos el disco con la sensación de haber estado de viaje.
La gráfica trae todas las poesías y es una buena guía para el oyente. Una obra conceptual de una originalidad inusual que merece mucha atención. Valió la pena la espera.
Club del Disco
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