En realidad, se podrían enumerar muchas fuentes de las que bebió este original creador que es Adán Silveyra, y cualquier enumeración descripción será incompleta. Una de las mayores virtudes es la orquestación, con un orgánico que remite al mismo tiempo a la música académica y a la popular, con la presencia del cello y el clarinete (y clarinete bajo) que le dan una sonoridad camarística, por un lado, con el contrapeso de la guitarra en el otro extremo, marcando desde el toque y la sonoridad un color propio de la música de raíz, y el contrabajo (con dedos o arco) y la flauta en un término medio, como instrumentos anfibios que son.
Las composiciones, desde un análisis morfológico y armónico, tienen cercanía con danzas y canciones populares del vasto territorio sudamericano, por momentos claramente dentro de la tradición rioplatense o pampeana, como en la Milonga de la otra isla (track 5), por momentos yéndose más hacia el norte del subcontinente, con colores andinos, selváticos y también reflejos del Brasil más experimental de Hermeto Pascoal, Egberto Gismonti y otros. La rara mezcla de música escrita y sabor popular, con armonías complejas y modulaciones constantes, hacen que el nombre del álbum sea una síntesis adecuada.
Un punto alto dentro de un disco en el que impera cierta melancolía es Male (8), pero enseguida llega Arriba, que como su título indica, no nos permite decaer con su carácter rítmico. Es el único tema que cuenta con percusión, a cargo del invitado Tomás Abramovich.
La flauta de Natalia Abate tiene mucho protagonismo melódico a lo largo de todo el trabajo, destacándose su solo en Quiebre (10). Todos los músicos, jóvenes instrumentistas, tienen una participación solvente, sin fisuras.
Un álbum delicioso e inusual, que nos permite descubrir a un músico al que deberemos prestar mucha atención de acá en más.
Club del Disco
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