No es el disco de un instrumentista que le saca brillo a su virtuosismo, ni es el disco de un instrumento solo; para Carlé Costa sus composiciones son fragmentos de un todo, momentos de su vida que están hechos de más sonido que silencio. Es difícil decir que su música esté escrita (si bien la escribe, y de hecho se publica en libros de partituras), tampoco se puede decir que sea todo improvisación. Suena como si pusiera su imaginación en música. Tras una larga trayectoria como intérprete y compositor, da la sensación de que ya no tiene prejuicios para elaborar los materiales, sean sencillos o complejos, y tanto puede “distraerse” con las tres notas de un acorde durante un rato largo, como adentrarse en el ritmo de un huayno o proponer melodías muy cantables. Algunos asociarán ciertos pasajes con los llamados compositores minimalistas. Pero Carlé Costa huye de toda clasificación sencilla, utiliza los recursos que más le convienen con mucha personalidad y sin quedarse en ningún género en particular, ni estilo general.