Los Mandrachos vienen tocando desde hace unos seis años ante un creciente público. Acústicos en un comienzo, como otros grupos "de fogón" que surgieron en esta década (Onda Vaga, Vecina o Pequeña Orquesta de Trovadores), tocaban sentados con sus instrumentos sin amplificar, remedando una situación con mucho de vacaciones en carpa, a orillas de un lago o del mar. Luego, de a poco, el sonido se fue estilizando y, al salir del estudio con este disco, se encontraron con que ya no había solo un cajón peruano sino una batería, bajo eléctrico, y la guitarra de Santiago Llurba también se había electrificado.
El frontman de la banda es Federico Lama, que pone la voz a la mayoría de las canciones y lleva la guitarra rítmica también. Actor y director teatral, hace que ninguna palabra pase desapercibida, y aún cuando la poética resuena algo ricotera, como en Mas Chuquito (track 2), lleno de neologismos, uno tiene la sensación de que se entiende todo.
El sonido es cálido, invita a escuchar. Se trata de un noble conjunto de canciones, que pintan una aldea imaginaria, a mitad de camino entre Buenos Aires y Montevideo, o más bien entre San Pedro y Colonia. Hay mucha rítmica de la otra orilla (candombe, marcha camión, murga montevideana), algo de chacarera, rock y también buena influencia del cancionero iberoamericano. El ambiente, hábilmente aportado por Martín Telechanski, le suma color y permite que nos imaginemos esto en vivo, lejos de la ingeniería del estudio de grabación.
El disco propiamente dicho es sólo una pieza del objeto mandracho. Va inserto en un sobre sellado, junto a una postal de cartón, al final de un libro encuadernado a mano, con todas las letras, ficha técnica y los dibujos alegóricos, en tinta y agua, de Santiago Lorenzo (bajista del grupo). La música es una parte de ese todo.
Club del Disco
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