Ya desde el mismo arranque del disco nos sentimos atraídos por esa fantástica conjunción de teclado y contrabajo, que por una parte remite a la década del 70 por los inconfundibles timbres del Wurlitzer o el Rhodes, y por otra parte es tan atemporal y poco anclado en el tiempo que podría ser de cualquier momento de los últimos 40 años. Esa cualidad de sonar clásico en sus composiciones rebosantes de melodías ya la hicimos notar en los anteriores trabajos del contrabajista Gabriel Domenicucci: su disco a dúo con el guitarrista Leo Fernández, Ni una nube y Mínimo, con su quinteto, que fue Disco del Mes.
Grandes películas u obras de teatro fueron calificadas (casi con ternura) como “chiquitas”. De esta grabación se podría decir algo parecido, y no es disminuirla, porque no tiene que ver con la calidad sino con el formato tan camarístico, tan ííntimo, de dos instrumentos tocando a lo largo de todo un disco. Sin invitados, sin trucos, sin grandilocuencia. Simplemente dos músicos intentando transmitir emoción, pasándola bien en un living sin dejar de pensar en el potencial público.
Ese dichoso comienzo de El ombligo de un sueño se da con Pretos, lleno de swing y melodía. Luego se da lugar a un más reflexivo Distancia, track 2, y al tema que da nombre al disco. En el track 5 nos sorprende encontrarnos con Chopin y su Preludio en do menor, en una hermosa versión jazzera. Toda vez que un pianista argentino de jazz se acerca a Chopin en realidad homenajea (aunque lo ignore) al Mono Villegas… Otro tema ajeno, Lennie Pennies, de Lenny Tristano, precede al cierre con el Epílogo, como no podía ser de otra manera.
Si bien la música no está cerca, una referencia previa a un disco como este se puede encontrar en el bellísimo Intuition, de Bill Evans y Eddie Gomez, de 1974. Con esto no queremos decir que Ernesto Amstein sea el nuevo Bill Evans, (ni Gabriel Domenicucci otro Eddie Gomez). Cada músico auténtico tiene su identidad, y tanto Evans como Amstein son diferentes e irrepetibles. Pero hay algo de ese ambiente, de conversación entre dos instrumentos, que se da tanto en ese LP como en este CD. Sin dudas el uso, por momentos, del piano Rhodes, los acerca.
Un trabajo original, para escuchar tranquilos, una noche de invierno. No es el tipo de discos que pide mucho volumen. Se trata, en cambio, de un registro que merecería su edición en vinilo.
Club del Disco
Comentarios