Juan y Marcos se conocen (literalmente) de toda la vida. Y con Chacho compartieron muchos ensayos, conciertos, giras y grabaciones como integrantes de la banda del Chango Spasiuk. Esa intimidad, ese conocimiento mutuo, se palpa en cada instante del bellísimo disco que presentamos. Es inevitable imaginarlos sonriendo de felicidad a medida que transcurren los 42 minutos de duración de Tierra de agua, compartiendo un mate bien cebado, en el disfrute de cada acorde, de cada melodía, con esa complicidad que forjan los músicos cuando hacen lo que más les gusta. Y eso que uno sabe que la percusión se grabó por separado porque, como explican en el reportaje, “se te mete por todos los micrófonos”. Lo que penetra por todos los sentidos es la calidez de esos ritmos de la Mesopotamia, esa tierra de fronteras acuosas donde Misiones, Corrientes, parte del Chaco y Formosa, Paraguay y Brasil se mezclan y producen esta identidad musical más fuerte que los idiomas, los acentos y otras diferencias nimias.
Esta obra es como una embarcación liviana de las que viajan Paraná abajo, en la que cada chamamé, galopa o polca son el muelle de una población distinta. El motor en la guitarra de Marcos Núñez y la percusión del mendocino internacional Chacho Ruiz Guiñazú, el timón en el bandoneón de Juan Ramón Núñez. Además se suben a la canoa invitados que aportan lo suyo: todos los bajistas (hay contrabajo, bajo eléctrico con y sin trastes); el grupo cordobés La Korda (cuarteto de cuerdas) y el guitarrista Horacio Castillo.
Tierras de agua está muy bien registrado. Las tomas se hicieron en Posadas y Villa Allende (Córdoba), se mezcló y masterizó en Buenos Aires. Hay que decir que se entiende todo; el disco tiene un sonido claro en el que cada instrumento está muy bien definido y el stereo está muy bien pensado. La sensación es realmente envolvente. Trabajado como un disco de música de cámara (y no es otra cosa, en el fondo, más allá de que el material de origen sea popular).
Una sugerencia de escucha: prestar particular atención a los cuidados bonus tracks, comparando las versiones de esos dos temas con y sin La Korda. Otra: hacer una escucha detenida en guitarra y bajo, otra en la percusión. El bandoneón, casi siempre en primer plano, se escucha inevitablemente. Para quienes, por lógico prejuicio, teman enfrentar tres cuartos de hora de chamamé: advertimos que no produce ningún tipo de cansancio, además de que se trata de una búsqueda también en la raíz del género y a su vez expande esos límites, con reminiscencias tangueras y mucha sutileza en la orquestación.
Para los entendidos queda la separación del disco en clásicos y temas originales del trío. Verdaderamente está tan bien lograda la conjunción que resulta difícil distinguir unos de otros. Se trata de una grabación que le hace justicia a uno de los géneros más ricos y peor difundidos de esta parte del mapa. El chamamé es muy reconocido en su lugar de origen pero no respetado en los grandes centros urbanos, a pesar de los excelentes creadores que tiene desde hace décadas. Una joya de la música argentina, y aquí hay jóvenes que la hacen muy bien.
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