En la música de tradición escrita no hay mucha música de concierto para el contrabajo. El más conocido de los contrabajistas que dejó música para el instrumento fue Giovanni Bottesini (1821-1889), una suerte de Paganini del gigante de las cuerdas. Pero más extraño aún es un ensamble de contrabajos. El ideólogo y compositor de todas las piezas de este grupo es Germán Rudmisky, quien con mucha conciencia del imaginario que despierta el contrabajo, y más un grupo de contrabajos, con bastante humor lo llamo Crudo al ensamble y al disco, y la gráfica juega con ambivalencia con ese nombre, dejando ver unos contrabajos que penden como patas de jamón en el escenario de un teatro.
Pero hay que decir que la música que grabaron estos seis contrabajistas dista mucho de la crudeza. El principal material con el que trabajó Rudmisky como compositor es la materialidad de su instrumento. Y si bien hay guiños a la música argentina (sobre todo en la bellísima Una mula, track 8), en general el lenguaje remite a la tradición europea del siglo XIX: las piezas son claramente tonales y formalmente cercanas al clasicismo. Pero, nuevamente: lo más interesante ocurre a nivel tímbrico.
Obviamente rica en armónicos, esta música está más abajo de todo lo que solemos escuchar. Sin embargo, pasados unos pocos minutos, el oído se acostumbra y redefine conceptos nada absolutos como grave y agudo. Para seguir llevando tranquilidad a las familias en sus hogares: el disco que grabó este ensamble es perfectamente audible y muy disfrutable.
El ensamble de seis contrabajistas en realidad no funciona completo en ningún momento. Hay obras para un contrabajo solo, para dúo, trío y cuarteto. No hay en ningún momento fila de contrabajos: cada uno toca una parte única.
El disco viene no sólo a traer aire fresco, algo nuevo para el público. También genera un repertorio para tantos instrumentistas que hay en la Argentina y, por qué no, en el mundo. Es un placer presentar desde el Club del Disco esta música.
Club del Disco
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