Por múltiples razones, el conflicto bélico del Atlántico Sur entre Gran Bretaña y la Argentina es un objeto histórico difícil de abordar por los escritores, investigadores y periodistas argentinos. La Guerra de Malvinas, como se la llama en nuestro suelo, no tiene tan buena prensa, si cabe la expresión: es algo a veces oculto, porque en su memoria coexisten tanto la tristeza por las muchas vidas jóvenes perdidas allí, como la sensación (algo culposa) de que fue la clausura de la experiencia militar en el gobierno y de que la democracia, para muchos, se la debemos a esa disputa por las armas de un territorio que, según se nos enseñó en la educación primaria, era argentino por derecho. Una idea de difícil comprobación, por cierto, ya que en casi todos los países de la región había entonces dictaduras militares, y la única guerra que cerró esa etapa se dio en nuestro país.
Dentro del campo de la música popular, algo similar ocurre con el entonces así llamado rock nacional: la sugerencia de no irradiar música en inglés en la radiodifusión -entonces mayoritariamente pública; había pocas radios en manos privadas y ningún canal de TV- habría favorecido el despegue del rock y pop cantados en castellano. Eso, sumado al ahora vergonzante Festival de Solidaridad Americana, donde actuó todo el establishment del rock vernáculo, incluyendo a Charly García, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Raúl Porchetto y Litto Nebbia, genera una ambivalencia a la hora de recordar lo ocurrido hace cuarenta años.
Todo esto y otros aspectos mucho más concretos, como por ejemplo cómo sonaba la guerra en Malvinas, qué escuchaban los soldados allí apostados; cómo sonaban la Marcha de Malvinas y los comunicados oficiales y partes de guerra en el continente; y también estudios laterales sobre cuestiones de género (en particular el éxito impresionante de Puerto Pollensa de Marilina Ross, en la voz de Sandra Mihanovich en esos meses) permiten al lector de estos artículos aparentemente inconexos, reconstruir el clima de época y, para aquellos que ya estaban atentos a lo que sonaba, recordar lo que se escuchaba en los medios, en la calle, en las casas, en las escuelas, en las reuniones, en los recitales.
Los compiladores también son autores, y sus textos, muy bien escritos, por supuesto, descollan en este volumen. Un trabajo necesario y polícromo, que abrirá discusiones y quizás sea el puntapié para más estudios sobre este tópico poco visitado por los académicos en general.
Club del Disco
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