En 1995 un proyecto que reuniera a Jorge Navarro, Fat's Fernández, Jorge González y Norberto Minichilo con los Illya Kuriaki, Geo Ramma y A Tirador Laser (con un Lucas Martí en el secundario todavía) sonaba aún más delirante que ahora. Todo se debió a una idea que de loca no tenía nada, en realidad, de María Gabriela Epumer y Fernando Samalea, a la que luego se sumó Chiche Bermúdez, en cuyo estudio de grabación se registró todo: un álbum que emulara en cierta forma el acid jazz que venía del Norte, pero con temática aborigen y cuyas ganancias serían para fundaciones y asociaciones vinculadas a los pueblos originarios.
Para hacerlo, no se anduvieron con chiquitas. Convocaron a las principales espadas del jazz local, no a sesionistas o pibes que estaban empezando. Y esos monstruos les dijeron que sí, por supuesto. La distancia generacional era grande, pero nada de eso importó. El disco tuvo generoso espacio en la prensa. Se vendió algo y luego pasó a las bateas de oferta, donde estuvo unos años más en esa época en la que el peso y el dólar valían lo mismo.
Rap, funky, espíritu jazzero, instrumentos autóctonos, Montecarlo Jazz Ensamble fue un caldo de cultivo. En su momento fue difícil de presentar y de sostener, y quizás se escuche más natural que cuando salió a la calle, ya que parecía un objeto sonoro incómodo tanto para jazzeros como para rockeros. 26 años después, mucha agua pasó bajo el puente, la música no es la misma y este disco sigue sonando moderno.
Club del Disco
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