Con un recorrido de peso, que atravesó el fin de siglo y resiste hasta ahora, Altocamet hace gala de una elegancia infrecuente en el pop argentino. El grupo continúa evolucionando y presenta ahora este material grabado en 2019, mezclado en 2020 y publicado en este 2021 en el que la pandemia parece comenzar su retirada.
La lista de doce canciones en las que fusionan con inteligencia y buen gusto el pulso humano con las máquinas tiene variaciones rítmicas y armónicas dentro de un tono parejo en el que prima el uso de los teclados. Se agradece también que, si bien la mayor parte de las voces principales las aporta Adrián Canu Valenzuela, los coros y los tres tracks en los que esa responsabildad queda a cargo de la tecladista Mariana Monjeau aportan un cambio tímbrico que es bienvenido por el oyente.
La batería de Pedro Moscuzza va en sincro con sus propias programaciones (ver Surfista nocturno, track 5, justamente). Es sobre ese triángulo histórico del grupo que se cimenta todo. En muchos temas la guitarra y el bajo quedan en manos de los invitados, Lautaro Fernández Minich y Emiliano Méndez, respectivamente.
Raro ejemplo (¿o contraejemplo?) de continuidad en la Argentina, desde Mar del Plata siguen llegando los álbumes de Altocamet que son ya parte del paisaje sonoro del Atlántico Sur, en diálogo con la vanguardia porteña de Daniel Melero o con el pop británico (sobre todo) de ese otro Atlántico, tan lejano y cercano al mismo tiempo. Después de todo, y aunque ya suene a lugar común en el caso de este grupo, de Bristol a la Bristol no hay tanta distancia.
El disco viene en un digipack de cartón de los de antes, con un librito que incluye las letras y toda la técnica. Es decir que, para estos tiempos, es un packaging bastante lujoso.
Club del Disco
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