A todas las dificultades que supone grabar el disco de un intérprete, donde sólo una de las doce pistas lleva su firma, y las otras once son, en su mayor parte, clásicos de la canción del siglo XX, Damián Fontenla, el cantante en cuestión, les suma el hecho singular de que lanza su debut discográfico a una edad en la que muchos músicos tienen ya un recorrido largo a sus espaldas. Esto, que podría ser una debilidad (la inexperiencia), en este caso le aporta desde la madurez de su edad un aplomo que a veces escasea en la juventud. Así, toma decisiones que denotan una seguridad que claramente se escucha mientras transcurre el disco. Una de ellas es la formación que lo acompaña o, mejor dicho, de la que él forma parte.
A lo largo de todo el álbum, el bandoneón de Cindy Harcha y la guitarra de Nicolás Amato son los únicos instrumentos que se escuchan. No hay invitados, es un disco en el que tenemos la voz del cantante y esa sencilla orquestación. Es lo contrario de una superproducción en estudio: parece que estuviéramos escuchándolos en un salón de un club, en un momento atemporal (no hay nada enchufado, puro sonido acústico). Y ese sonido mínimo, desnudo, es el mismo para un tango como Mi luna, que abre el disco, como para el bolero Inolvidable (track 5) o una canción pop de Daniel Melero, Quiero estar entre tus cosas (2). La imaginación en los arreglos de los dos instrumentistas y el encanto que produce la voz del cantante bastan para demostrar que, en este caso, menos es más.
La voz de Fontenla, sin ser la de un virtuoso, tiene una calidez, un color que nos convoca desde las primeras notas, cosa que ocurre con mucha menos frecuencia de lo que uno desearía. No es sólo su fraseo, su decir claro, sino que hay una nota de alegría en su timbre: es una de esas voces que genera simpatía en el oyente. Tiene ese toque inclasificable que se podría definir como el carisma de una voz; eso que hace que querramos seguir escuchándola y que no tiene nada que ver con la técnica o la afinación, que son correctas, por supuesto. La grabación, a cargo de Martín Telechanski, quien también se ocupó de la edición, mezcla y masterización del disco, colabora con inteligencia para destacar esa característica de la voz de Fontenla. Hay una sutil cámara en el audio que nos remite por momentos a esas grabaciones de música popular de fines de la década del '60, comienzos del '70, lo que, de nuevo, le confiere un aire como de otro tiempo, a las canciones.
Nada se dijo hasta ahora de que la formación de cantante, bandoneón y guitarra es claramente tanguera, pero el repertorio va mucho más allá. Si fuera un LP de vinilo, el primer lado tendría sólo un tango, y el segundo en cambio incluiría cuatro, más un aire de milonga, Los sueños son como el viento, con letra y música del propio cantante, que cierra el disco. En el medio justo encontramos el paso de Inolvidable a Unforgettable, único tema en inglés, pero en plan de bossa nova...
Un disco encantador, cercano y sensible, que obliga a la escucha reiterada. Los dibujos de la ilustradora Delius en la gráfica ayudan a reforzar esta belleza no exenta de cierto optimismo que irradia la voz de Damián Fontenla. Nos complace editar este disco y hacerlo conocer a nuestros socios.
Club del Disco
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