Conocimos a MORA gracias a Chispa, el álbum firmado por Mora García Medici Grupo en 2017. Mucho de lo que se escucha ahora podía intuirse entonces, pero realmente la evolución en estos pocos años fue enorme, y si cuatro años atrás se podía hablar de un sonido que tenía que ver con el jazz, con toques de folklore y de canción urbana, ahora claramente es mucho más difícil de encasillar.
Son tantos los cambios desde aquel álbum a este, que se justifica plenamente el cambio de nombre de la artista. Lo que antes, aún con algunos de estos mismos músicos, tenía referencias claras del jazz, del flamenco o del folklore, ahora es un territorio inexplorado: un bosque frondoso sin mapa ni brújulas. Ni siquiera el hecho de que una canción esté firmada por Atahualpa Yupanqui, como es el caso de El niño duerme sonriendo (track 8), aleja la extrañeza que produce la música de MORA.
La palabra gobierna las diez canciones del disco. En algunos casos, como por ejemplo en la bellísima Tierra mojada (2), la voz de la cantante queda por momentos solamente acompañada por una batería electrónica. En todo caso, aún en los temas en los que hay cuerdas y teclados (ver Como arena hacia el mar, 9) la voz está siempre adelante en la mezcla.
MORA no solo desdobló el bosque: también desdobló el disco, que está dividido conceptualmente en dos partes, llamadas Parte uno y Parte dos. Es importante escucharlo con esa clave. El librillo con las letras está dividido, como guía para esa lectura o escucha. También el arte del álbum es bifaz: hay dos portadas, una de cada lado.
Con un tratamiento del audio y un diseño gráfico lujoso, duración de vinilo (menos de 33 minutos) y un concepto poderoso como pocas veces se ve, este disco mira hacia el futuro.
Club del Disco
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