El disco abre con un track totalmente a capella, la voz de Soema Montenegro desnuda, clara en todas sus inflexiones. Es una fuerte carta de presentación: luego, a partir de la segunda canción, los arreglos irán vistiendo ese potente instrumento que es el centro de la experiencia de escuchar Passionaria. Con libertad para improvisar, tanta libertad que puede asustar a más de uno, es posible imaginar que más de una pieza surgió de una improvisación vocal. Porque hay que remarcar que todas las músicas y letras del álbum son de la artista.
Tuvieron un rol fundamental en la hechura de este material Juan Sottile y Juan Ignacio Serrano (nombre civil del artista Juanito El Cantor). El primero tuvo a su cargo arreglos y dirección musical, además de tocar en casi todo el disco; el segundo se hizo cargo de la mezcla; ambos fueron los productores artísticos del debut discográfico de Soema.
Dulce por momentos, áspera en otros, siempre cautivante, la voz de la artista es, como ya dijimos, el núcleo de su creación y por ende el centro del álbum. Es inevitable la asociación con Björk, Charo Bogarín en el plano local y, para quienes sepan quién fue, Ginamaría Hidalgo. La comparación es fácil, en realidad sirve para entender de qué se trata, pero lo cierto es que el caso de esta cantante es único porque la experimentación que otras hacen por momentos es omnipresente en el caso que nos ocupa.
Selvática, inaprensible por momentos, inquietante, la música de Passionaria tiene pocos contactos con otras músicas, a excepción de los discos de la propia artista que siguieron a este. Requiere una escucha atenta y dedicada. Exige la repetición, la frecuentación; se lleva mal con la cultura del single que ha vuelto a imperar gracias a las plataformas digitales de música.
Un disco único, para descubrir a una artista que merece mucha atención. Grabado a fines de 2009, producido durante 2010 y editado en 2011, llega una década después la oportunidad de hacerse con él como Disco del Mes.
Club del Disco
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