Un halo de misterio parece recorrer la figura de Nilda Fernández, un artista que supo tener grandes éxitos en los ‘90 y principios de nuestro siglo, del que poco se habla. Nilda (seudónimo que utilizó a lo largo de su carrera Daniel Fernández) nació en Cataluña y vivió desde pequeño en Lyon, Francia. Pensaba las fronteras como hechos tan efímeros como un pestañar en la historia de la humanidad, eso decía y así las vivía. A lo largo de su vida se radicó y desarrolló su carrera en España, Francia, Rusia y Canadá.
A fines de los años ’80 su música se popularizó gracias a Madrid, Madrid, canción con un estilo tecnopop en francés y castellano que luego reversionó Miguel Bosé. Su voz llamó la atención del público, tenía un registro de contratenor diferente que, lejos de querer modificar, como los médicos le aconsejaron, decidió conservar y llevar como una distinción. De esa voz se enamoró Mercedes Sosa poco tiempo después y lo invitó a cantar a dúo Mon amour en Buenos Aires (incluso le propuso iniciar un proyecto musical que quedó trunco por la posterior partida de la cantante).
Castelar 704 nace del interés del compositor por la obra de García Lorca. Decide lanzarlo años después de alojarse en Buenos Aires en la habitación 704 del Hotel Castelar, la misma en la que residió el escritor durante su única y larga estancia en la ciudad. De ese espacio compartido de manera anacrónica surge otro encuentro entre estos dos grandes artistas que dialogan y nos regalan trece composiciones eternas. Se trata de poesías musicalizadas por Nilda Fernández acompañado de excelentes músicos como Tomatito en guitarra flamenca, Lucho González en guitarra criolla, el francés Mino Cinelu en percusión y el pianista cubano Aldo López Gavilán.
Destacamos New York, Oficina y Denuncia (track 10), donde el escritor denuncia las muertes invisibles y naturalizadas que observa viviendo en la ciudad estadounidense. Nilda transita de la melodía a la poesía narrada con una instrumentación que se distingue con excelentes arreglos. Así también encontramos canciones con menor complejidad instrumental, pero mucho espacio para la poesía como Canción del Mariquita (5): un canto a la visibilidad y el orgullo y otras más festivas donde se honra la amistad, como Ribereñas (3), escrita por Lorca para su querido amigo Luis Buñuel.
Invitamos a los socios a descubrir a un artista con grandes composiciones muy auténticas y no tan reproducidas que merecen la escucha, en un álbum grabado en 1998 y que editó en nuestro país el sello Acqua.
Club del Disco
Comentarios