Carlos Casazza sorprende nuevamente: sólo dos años después de la salida de La sombra de un sauce transparente, su anterior trabajo discográfico, en el que lideraba un cuarteto en el que descollaba Ernesto Jodos en el piano, rearmó el equipo -sólo permanece el baterista, Carto Brandán- y presenta un quinteto con dos vientos: el trompetista Sergio Wagner, que toca flugel en todo el disco, y el clarinetista Inti Sabev, a quien ya conocemos de otras grabaciones. En contrabajo ahora se destaca Juan Pablo Navarro. Los dos últimos tienen la característica de ser todoterreno: no están encasillados en el jazz y los podemos encontrar en álbumes de folklore, en proyectos de tango y tocando música académica también.
Esta característica anfibia, si se quiere, es ideal para la música del guitarrista, que toca desenchufado y cuya obra dialoga todo el tiempo con la música popular rioplatense y brasileña. Entra dentro del vasto campo del jazz por una cuestión de libertad básica, tal como lo hacen Hermeto Pascoal o John Mac Laughlin, pero lo suyo fluye mucho más cerca del Paraná que del Misisipi, sin dudas.
El color distintivo de su toque, unido a los dos vientos, de sonido ligero, que se alternan bastante o dialogan de manera polifónica (es raro escucharlos haciendo secciones de dúos) le da a todo el álbum una característica diáfana que la rítmica resalta. Porque la sólida base que conforman Navarro y Brandán parece estar en ese territorio musical sin fronteras que va del Nordeste de Brasil al Río de la Plata, haciendo paradas importantes en Río de Janeiro y en el Litoral argentino.
Una obra que deleita y no apabulla, sin estridencias y con mucha sustancia. Un milagro en plena época de confinamientos y restricciones, que se agradece.
Club del Disco
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