La inconfundible voz de Richard Coleman llega luego de una introducción que genera expectativa para F-A-C-I-L, la canción con aroma a hit que abre el disco homónimo. Obviamente la ironía está a flor de piel, sobre todo porque, pese a lo que vende la canción, si hay algo que no es fácil de digerir de una, como una hamburguesa, es la música de este creador que siempre prefirió ir por calles más oscuras que las del pop simple. De ahí que el tono y la manera de frasear de Coleman choque un poco con esas bases y armonías poptimistas algo retro que le imprimió Juan Blas Caballero, productor artístico del disco. Es un efecto buscado, que nos recuerda al primer Coleman, el de los discos de Fricción, su primer grupo conocido, aquel con Basso, Samalea y el aporte de un tal Gustavo Cerati...
Y no es lo único que nos recuerda esa mezcla de pop, funky y dark de Fricción. El grupo, más allá de cierto aggiornamiento, suena bastante parecido aunque, claro, Richard creció mucho como compositor y cantante en estos 30 años (el álbum es de 2017, vale aclarar). Cada canción está muy trabajada, y las letras no son un detalle decorativo. En un disco muy parejo destacan además de F-A-C-I-L, Simpático (3), la inquietante El agua no se puede beber (5), la colaboración de Andrés Calamaro en Días futuros (7) y el cierre más tranquilo con Desechos cósmicos (10).
Con un sonido muy actual y la guitarra siempre punzante y presente de Coleman, con un audio insuperable gracias al mastering de Pablo López Ruiz, este disco se puede escuchar y hasta bailar.
Club del Disco
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