Hay una coherencia evidente en las composiciones del pianista Jorge Gelpi, una línea imaginaria une su tercer álbum, Libero, de 2017, con Mansión G., el álbum que acaba de publicar y que ya es el cuarto que edita. Más allá de que aquél era en formación de cuarteto (piano, bandoneón, contrabajo, batería) y este en trío, una formación más de cámara, con guitarra y bandoneón, hay una esencia inalterable: la matriz de Gelpi es la milonga.
En mayor o menor medida, su universo rítmico y melódico es el de la milonga. Una forma que asimila su música instrumental a la del enorme Ástor Piazzolla, si bien hay diferencias sustanciales en el tratamiento de los instrumentos, y en el tipo de escritura. Hay rasgos personales que los alejan, pero claro, al mismo tiempo cierto aire melancólico, cierto uso de las tonalidades menores, características de la milonga suburbana.
Uno de esos rasgos que hacen identificable a la música de Gelpi es cierta inquietud que se manifiesta en los cambios tonales; un nerviosismo que lo lleva a modular más de una vez en la misma pieza, a veces inesperadamente. La coherencia que referíamos al comienzo le da una gran unidad a este álbum. Gelpi, desde el piano, juega a veces dúos con el bandoneón, con la guitarra, e inclusive se silencia para permitir que guitarra y bandoneón dialoguen largos pasajes.
Quizás Jorge Gelpi esté construyendo, de a retazos con distintas formaciones, una gran milonga, hecha de milongas fragmentarias que son los temas de cada disco. Sin duda esa danza, de origen algo impreciso y que hermana a la música de todo el cuenca del Plata, es su obsesión musical.
Club del Disco
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