Lo primero que llama la atención es la voz: Sofía Viola es una cantante joven, llena de energía, con un sonido de mil matices diferentes, que por momentos suena algo aniñada y por momentos se quiebra como si resurgiera Chavela Vargas. Esa mezcla de juventud y sabiduría hace que sea imposible de encuadrar, no coincide con el molde de una voz de veintipico. Nos lleva a lugares que nos inquietan o asustan un poco.
La sucesión de canciones con diferentes ritmos del continente no da respiro: es un torbellino frenético en el que Suposición del temporal, Pitanga o Ferro conyuge nos subyugan y extrañan, Gaspar al mar nos apena, Vea vea nos hace mover los pies. Atemporal, inubicable en un mapa, esta artista parece resumir en sí a diferentes (y a veces opuestas) tradiciones latinoamericanas. Como si se superpusiera a Carmen Miranda con Violeta Parra, por decir algo absurdo. El uso de neologismos, la pronunciación, y el compromiso en la interpretación agregan otro factor de fascinación. Es hipnótico escucharla.
Mucho del mérito está en la producción artística, en la mano de Ezequiel Borra para las orquestaciones, los arreglos, los diferentes climas del disco. Por otra parte hay que decir que el Combo Ají, grupo que la acompaña a Sofía hace ya un tiempo, es muy sólido y la sostiene en sus acrobacias vocales e histriónicas. Uno de los mejores discos de este espléndido (en materia discográfica) año.
Club del Disco
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