El arte musical fue durante mucho tiempo efímero, en el sentido de que no había manera de guardar la música: una vez que se apagaban los sonidos sólo quedaban en la memoria de los que los habían escuchado o interpretado. Con el correr de los siglos se fueron inventando diversos tipos de escrituras que permitieron atesorar las ideas de los músicos. Tenemos noticias de escritura musical desde hace por lo menos 2500 años ya que el afán del hombre por preservar y transmitir es tan antiguo como su noción del paso del tiempo; conservar, archivar, documentar nuestro paso por este mundo es un conmovedor intento de no ser olvidados. Luego, gracias al desarrollo tecnológico se logró también preservar frecuencias, alturas, y así nació nada menos que una nueva manera, muy potente, de transmisión, el registro de fonogramas.
Poniendo ahora la lupa sobre el territorio argentino, no hace falta ser historiadores o sociólogos para saber que la preservación de archivos no ha sido una de las virtudes de este país en los casi dos siglos de existencia que tiene. Pero por suerte hay quienes luchan contra el olvido y salen a rescatar sonidos, escritos o grabados, para que podamos disfrutar de las creaciones, ideas, gustos de quienes ya no están para tocar; o a preservar y documentar bien la música de quienes están aún creando. Es parte importante de nuestro patrimonio cultural, y es una excelente noticia que por fin se esté trabajando con seriedad y continuidad en ese sentido.
Proyectos como el Programa Inventario de Partituras (Biblioteca Nacional) o el Real Book Argentina (a cargo de un equipo coordinado por Esteban Sehinkman) son una esperanza y algo más: la confirmación de que ya hay frutos palpables de esos esfuerzos. El Club del Disco apoya y apoyará siempre estas iniciativas.
Cuidar y valorar nuestra memoria sonora nos da identidad y nos permite sentirnos realmente hermanados en nuestras contradicciones y diversidad.
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