Con excepción del standard folklórico que da nombre al disco y de Tour de force, de Dizzy Gillespie, el resto de los temas son del propio Arturo Puertas, quien no sólo es un muy expresivo y preciso contrabajista, sino que también se revela como un compositor de inspiración melódica. Otra virtud que se pone de manifiesto enseguida es su olfato para elegir a los músicos que se unen a él en este exquisito disco. Son todos músicos que llevan adelante su carrera en uno de los centros mundiales del jazz como es Nueva York.
Aaron Goldberg es un pianista de un talento fuera de serie, con un toque sutil, que se adapta muy bien a todas las instancias de la música que propone Puertas. Cuando tiene que hacer base rítmica es un placer escucharlo, y cuando canta lidera con soltura y claridad, como en Sos mi bastón (track 9). Adam Cruz (batería) parece haber tocado toda la vida con Arturo al lado. Y los saxos, Miguel Zenón (alto) y John Ellis (tenor) se alternan haciendo suyos los temas. Uno se olvida por momentos que es el disco de un contrabajista, y está perfecto que sea así.
Sería obvio remarcar la calidad de la grabación, pero no es tan evidente por ahí que una pata importante en este proyecto está en Buenos Aires y se llama Hernán Jacinto. Su rol en la mezcla y mastering lo transforman en una suerte de productor artístico del disco ya que le dio el toque final a lo que se grabó en Estados Unidos.
El arte gráfico, a cargo de Pontenpie, es un hallazgo de imaginación y realización, y completa la idea general del disco a la perfección. Es un orgullo presentar desde el Club del Disco este material de primer nivel mundial.
Club del Disco
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