Siete compositores -aunque quizás "artistas sonoros" sea más apropiado, quién sabe- de distintos puntos del país convocados a presentar los sonidos de su entorno. Técnicas que remiten en algunos casos a los experimentos pioneros de cincuenta años atrás pero, claro, con la tecnología actual. Si fuera arte plástico diríamos que son obras hechas con "técnicas mixtas".
Por las características de la convocatoria, las siete obras tienen algo de documental. Como bien explica el texto que acompaña a esta edición, el paisaje sonoro va mutando: no suena igual, por decir un lugar, Merlo (Provincia de Buenos Aires) ahora que hace medio siglo. ¿Se siguen escuchando gallos y gallinas? Donde había una vieja casona ahora hay un edificio con ascensores. La obra de Federico Barabino (track 2) explora esos contrastes. Joaquín Cofreces (track 8) pinta Tierra del Fuero con sonidos, y el resultado es tan complejo y rico como el de una película o una sucesión de fotografías. Bahía Blanca, La Pampa o Tigre tienen también sus paisajes característicos.
Hay, en esta siete obras, tan distintas entre sí, una magia común. Que es la de la imaginación que despierta la descripción sonora. Una magia que la radiofonía viene explorando desde su surgimiento hace casi cien años. Una magia que la música de tradición escrita sólo atisba, pero que la música concreta y sus derivados, entre los cuales están estos paisajes sonoros, conoce porque es su propio elemento. Trazando un paralelo con la pintura, por momentos los paisajes son realistas, y por momentos son abstracciones conceptuales. La variedad de músicos convocados garantiza miradas diversas y genera interés en cada momento del disco.
Un aplauso para esta idea, surgida del Centro de Experimentación e Investigación en Artes Electrónicas de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, y otro bien fuerte para su concreción en forma de CD físico. Sólido argumento para explicar la necesidad de que haya universidades públicas y de que se aboquen a la experimentación.
Club del Disco
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