Hace justo un año, en agosto de 2015 un cuarteto integrado por Federico Biraben (bandoneón), Ramiro Miranda (violín), Pablo Murgier (piano) y Seba Noya (contrabajo) viajó al sur, en pleno invierno, para grabar durante una semana en el auditorio del Camping Musical Bariloche la música que presenta este disco. La presencia del inmenso lago, paisaje tan poco asociado al tango (salvo en Finlandia, quizás, donde el tango ocupa un importante lugar), inundó el proyecto hasta darle nombre. La convivencia entre los músicos, a diferencia de lo que ocurre cuando se llega al estudio en colectivo o auto después o antes de un día de trabajo dando clases o tocando por ahí, hizo que esos días parecieran meses de trabajo en común.
La música de El lago es toda autoría de Biraben. Para un bandoneonista-compositor, obviamente la sombra de Piazzolla está siempre presente. Pero hay que decir que, si bien el gran Ástor es un antecedente ineludible, estas piezas no parecen deberle mucho. El lenguaje es muy personal, con mucho gusto por la melodía y la creación de climas a través de las diferentes texturas tímbricas. De hecho, la palabra tango no aparece escrita ni una vez en la gráfica del disco. Ni en los nombres de las obras ni en los textos de agradecimiento. ¿Sería más correcto hablar de música de cámara? Rítmicas propias del tango (escuchar por ejemplo Tzequi bon, track 5) y los instrumentos del cuarteto nos confirmarían que se trata de música popular, aunque esas etiquetas son bastante discutibles.
La solvencia de los instrumentistas es notable a lo largo de las seis piezas grabadas frente al lago. Hay un bonus track, Cíclopes (7), grabado en Buenos Aires con la participación nada menos que de Abel Rogantini en piano y Pablo Motta en contrabajo.
Una propuesta muy interesante para conocer la voz de un compositor original y de un cuarteto que suena ajustado y expresivo.
Club del Disco
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