Una propuesta con mucho para observar y oír. Imágenes, recorridos, músicas. Todo comandado por la cálida voz de la artista y sobre todo por su curiosidad y su capacidad de estar en permanente movimiento. Mariana Pereiro busca, se impregna, viaja, vuelve, graba voces, junta historias, caminos, compone, se reconoce en la voz de un otro, se ensambla en eso que ve y que transita y lo hace canción. Corta, pega, junta. Atentos a este trabajo interesantísimo con composiciones de la autora y algunos temas de grandes de la música regional como Deja la vida volar, de Víctor Jara, con la singularidad que abre con un fragmento de A felicidade de Tom Jobim. Une, ensambla. Podemos decir que es artesana del collage musical.
Sus canciones tienen de todo, nunca van solas. Su acogedora voz, la compañía de sus músicos, instrumentos de todas las culturas del mundo -algunos conocidos y otros no tanto- cánticos ancestrales, registros de voces de gente con la que se cruzó en viajes como en Invocación que grabó coros en forma casera en rutas de Sudamérica y África, hacen que cada tema sea un mundo nuevo.
Lo integral de este trabajo se aprecia apenas abrimos el disco. No solo en la gestación musical. La gráfica también tiene un atractivo despliegue y acá vuelve a aparecer la minuciosidad de la compositora a la hora de producir. A la música la acompañan quince postales con fotos dedicadas a sus seres queridos y escritas con su letra cálidamente manuscrita. Este punto completa el concepto y termina de pulir su intención.
Preparados para degustar este sensible y maravilloso periplo musical y movedizo. Y ya listos para guardar el nombre de Mariana Pereiro en el cajón de los artistas con inagotable búsqueda y creatividad.
Club del Disco
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