Esta vez no hay una cuerda de tambores, un percusionista japonés, ni está acompañando a Jaime Roos, ni tocando con su compadre Daniel Maza. Es Hugo solo, con el piano, un romance eterno como la música misma. Quizás por eso sea tan atinado el título, Piano forever. En el original arte de tapa, aparece un astronauta (presumiblemente el propio Hugo) en una moderna nave espacial, cuyos controles son infinitas teclas de un piano. En un guiño a Spinetta, está la foto de Carlitos sobre el comando…
La selección de temas del disco tiene como premisa principal la búsqueda de la belleza. Hay referencias melódicas y armónicas inevitables a los grandes cancionistas de esta zona del globo, todos ellos vinculados con el noble instrumento blanco y negro: sutiles menciones o arreglos de Jobim, Mores, Nebbia, Lins, pero también es inevitable encontrarse con el espíritu de Mateo, de Gardel y del Flaco mismo.
Cuando canta, sin ser un cantante de profesión, conmueve. Y cuando toca, canta. Lo que le da el piano, es decir, el hecho de ser él mismo su propio acompañante, es que las canciones ganan muchísima libertad rítmica. El recurso de unir algunas canciones (es decir, están trackeadas sin silencio, como una continuidad) le da al disco el aroma de un álbum conceptual, una gran unidad de estilo.
Entre quince composiciones propias (algunas de ellas escritas en colaboración) resaltan los únicos dos “covers”, más bien standards: una versión onírica de Mano a mano, casi unas variaciones sobre el hit de Gardel, al que lleva hasta el valsecito criollo (!!!!!!) y una muy libre interpretación de Adiós pampa mía.
Es imposible elegir tres, cuatro o cinco canciones que se destaquen en este disco. Son todas bellísimas (aquí yace la presunta objetividad de cualquier crítica seria). Un disco en vivo camino a convertirse en clásico.
Club del Disco
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