Chico Buarque es un artista de conocimiento absoluto: no tiene sentido presentarlo; así como no tiene ningún sentido tratar de explicar cómo cada canción es distinta a la otra pero todas entre sí conservan ese aire familiar que le es propio, y que encontramos también en el Buarque escritor, dramaturgo, etc. Los juegos de palabras, la ternura, el amor y el desamor, las descripciones urbanas y una música que casi siempre acaricia el oído son ya marcas registradas de este cancionista. Y Carioca, homenaje quizás a la Río de Janeiro menos turística, no podía ser la excepción.
Todo comienza como es habitual en casi todos los discos de Chico, con una canción en la que la voz lidera todo desde el inicio, con un tempo ni lento, ni rápido, ahí donde la bossa nova se toca con el samba. Esa canción hace hablar (literalmente) a las barriadas no tan conocidas de Río, a sus músicas, a su ambiente popular. Luego Buarque alternará distintos ritmos brasileños, con algunas incursiones en colores del rock o del blues, y con lugar también para canciones de corte sinfónico en el que se luce la orquesta arreglada y dirigida por Luiz Cláudio Ramos. En Dura na queda (track 4) lo acompaña una big band.
Algunas canciones están firmadas con amigos como Ivan Lins, Tom Jobim o Edú Lobo, nada menos. La gráfica, de lujo, está completamente pensada para este álbum conceptual que le canta a la ciudad y al habitante.
Nadie espera que, a esta altura, un disco de Chico lo sorprenda o le cambie la vida, pero es reconfortante siempre escucharlo a tan alto nivel. Un disco que está cerca de cumplir una década pero que fue dificil de conseguir en su momento, y que suena eterno e inoxidable como su autor.
Club del Disco
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