Diez canciones le alcanzan a Daniela Horovitz para abrirnos otra ventana a su mundo interior, repleto de ideas y posibilidades. Compositora, cantante, actriz: hay más de una Daniela y cada disco parece reafirmar esta idea. Sus recordadas performances en Los Amados (grupo que integró por muchos años), su ácido primer disco Y de amor no supe nada, presentado también por el Club, y su presente afrancesado como integrante de La Impertinente Señorita Orquesta (cuyo disco Voilà! salió este año en Folklores del Mundo) son una muestra cabal de esta multiplicidad.
Por eso, nunca mejor elegido el título de su nuevo disco, Desmesura. Ya sea escribiendo letra y música, como compartiendo la autoría musical con el productor artístico del disco, el talentoso Alan Plachta, o inclusive interpretando canciones ajenas (la muy irónica Brasil de Lucho Guedes y la bella Santelmonserrat de Mati Mormandi, que cierra el disco) es la voz de Daniela Horovitz la que termina siendo creadora, siempre, ya que pinta con sus inflexiones, con sus diferentes posibilidades tímbricas, el espíritu de cada canción. Es lo que ocurre cuando un cantante tiene sobrada técnica y puede extraer colores diversos de su instrumento. O sea: la diferencia entre un cantante intuitivo y alguien con una buena base y estudios atrás.
Nada de eso serviría sin una idea expresiva, por supuesto, pero gran parte de la magia de esta voz radica en el mucho trabajo y cuidado que hay y hubo siempre de parte de su dueña. Tanto en su trabajo anterior como solista como en este, nos sorprenden las letras (párrafo aparte para el ejercicio con la ñ en Buñuelo), a veces crudas, a veces satíricas, siempre inspiradas y originales.
La música se subordina a la poesía con obediencia, y los arreglos de Alan Plachta son realmente artesanales, hechos a medida para cada canción pero sin perder de vista el producto global que es un disco completo. Cada arreglo tiene su orquestación, viendo la lista de músicos solamente, nos damos cuenta de la cantidad y diversidad de instrumentos que participaron de la grabación. Pese a esto, todas las canciones se pueden reducir a un formato mínimo: no hace falta una orquesta para presentar este trabajo en vivo. En suma, si su primer disco ya sorprendía por su frescura y su originalidad, en Desmesura Horovitz encuentra ya su madurez como artista.
Conmueve y gratifica, en dosis iguales. Un disco para escuchar repetidas veces, con mucha atención y algo de desmesura también...
Producido por Alan Plachta
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