No debe haber tarea más vana y a la vez difícil que explicar la música. Citando a Frank Zappa: “hablar de música es como bailar arquitectura”. Sin embargo, es el esfuerzo al que nos sometemos cada mes al poner en palabras las impresiones que dejan en nuestros oídos los discos que enviamos a los socios del Club. Como es una tarea compleja, muchas veces se compara al nuevo disco con alguna música ya conocida, o se trazan paralelos con otras artes. Después de todo, no deja de ser un juego: nadie pretende tener la Verdad al describir el trabajo de un artista. Pues bien, esta introducción es para que el lector perdone una concurrida metáfora: este disco de Ale Oliva es como un excelente vino de autor. Como una botella de una pequeña serie, de una bodega familiar, que cada tantos años saca una partida de excelente tinto y lo convida a los amigos de la casa. No es caprichosa la comparación, porque el trabajo comienza con una grabación casera (en una portastudio de 4 canales), en la que casi todos los instrumentos fueron tocados por Oliva. Ese control del proceso de producción, ese cuidado amoroso y artesanal por la materia prima, garantiza una fidelidad a la idea del disco como obra conceptual que no siempre se puede guardar en una producción en estudio de grabación, donde los tiempos y la cantidad de gente involucrada hacen que se diluya un poco la visión del artista como individuo en un trabajo de carácter más colectivo (una bodega grande, digamos).
Lo primero que impacta de Canciones de llanura es la voz grave de Ale Oliva. Muy expresiva y con claridad en la dicción (se entiende todo la primera vez que se lo escucha). Las canciones tienen un armado rítmico que también resalta, lo cual es lógico: es el disco de un multiinstrumentista que hace de la percusión su forma de vida. Timbres diversos que conforman una paleta amplísima nos sorprenden todo el tiempo. Se hace necesario leer la ficha técnica para asimilar la variedad de los instrumentos utilizados: de percusión, de viento, de cuerdas, eléctricos o acústicos, etc. Pero además, hay canciones que se transforman en inolvidables luego de escucharlas por primera vez. Es el caso de Valentín, por ejemplo, o de Así de frágil, dotadas de una poética que va más allá de las palabras y se infiltra y mezcla con la música. Hay que aclarar que varias de las letras del disco son de Maia Mónaco, quien aporta imágenes imposibles y sonidos inesperados (“buscando tu alma en un malvón”, en Palabras).
Promediando el disco encontramos tres canciones de otros autores, que Oliva hace propias. Se trata nada menos que de Caetano Veloso, Fernando Cabrera y Eduardo Mateo, pavada de nombres para versionar. Pero Oliva no tiene ningún problema en proponer novedades para London, London o Por ejemplo. Se puede decir que en su homenaje a Mateo fue más “respetuoso”.
Hay mucho más para decir de estas canciones nada llanas: el sorpresivo tratamiento armónico de los coros (en un segundo plano muy bien trabajado en la mezcla) o las progresiones de la armonía nunca complaciente; las múltiples polirritmias en numerosas canciones; el uso de sonidos cotidianos o de recursos de la electrónica más bien cercanos a la cultura pop; el color que se logró en el mastering; en fin, este disco es un mundo en sí mismo. Y eso no se puede decir siempre de un disco de canciones: estamos frente a un “álbum” de los de antes. Volviendo al comienzo, es difícil entender todas estas letras y oraciones precedentes sin la experiencia, así que adelante, dale que dale, a escucharlo.
Comentarios
canciones de llanura es el disco que yo elegi de regalo.......como dije anteriormente seria bueno conseguir navarro con polenta y su versión de perro negro!y música del noroeste argentino sur de Bolivia etc,los tekis los huayra,la peña de los tekis los huayra,los kjarkas de Bolivia,savia andina,que se consigue del peru,etc,etc